sábado, 15 de febrero de 2014

                        La relojería
                                   Por Norberto García Yudé
                                                      
                                                        (Del libro; Pez Expreso)

    En el barrio todos queríamos y respetábamos al Señor Blenin, por eso nos dolió y nos sorprendió la noticia de su muerte, pero la otra noticia nos sorprendió más.
Recuerdo desde mi infancia su cana y paternal cabeza, su rostro ajado, de sonrisa fresca y juvenil, de estatura baja y gestos ágiles, desmintiendo sus años tan bien llevados. De modales correctos y muy educado como buen descendiente de suizos.
Su esposa, una mujer menuda y frágil, permanecía sentada en una mecedora en la trastienda del negocio. Aparentaba ser mucho más joven que él, pese a su infaltable pañoleta y sus gruesos anteojos y su voz aflautada que se manifestaba en monosílabos. Era persona de muy poco hablar. Daba sensación de gorrioncillo, sobre todo por la velocidad con que movía las agujas sobre los interminables metros de bufandas. No recuerdo haber tenido con ella una conversación completa en toda mi vida. En cambio el Señor Blenin era muy amable; parlanchín y comunicativo, siempre tenía en torno suyo un séquito de chicos revoloteando. Le encantaban los niños pero nunca tuvo la suerte y la alegría de tener hijos.
Recuerdo, yo salía del colegio y antes de sentarme a hacer los deberes, masticando un pedazo de pan con manteca, disparaba como una flecha hacia su negocio para llegar a tiempo, si, porque el Sr. Blenin me otorgaba el privilegio (porque a mí era al único que se lo permitía) presenciar el solemne rito de ver darle cuerda a los relojes, mientras me contaba sus diferentes procedencias.
Tenía ni más ni menos que trescientos veinticinco modelos diferentes en su preciada colección que atesoraba como un avaro. Este acto era para mí un espectáculo fascinante.
Los relojes eran si hobby y su debilidad, tenía una pasión inusual.  Cu-cus, despertadores musicales, de pared, pulsera, de bolsillo, en fin había de toda clase y ami me producía una especie de encantamiento. Al Señor Blenin le llevaba exactamente tres cuartos de hora darle cuerda a todos.
En ocasiones yo llegaba antes de la hora convenida y encontraba al Señor Blenin componiendo todavía algún reloj, ya que este era su oficio, porque todavía no lo dije, pero en su negocio se daban se daban cita los vecinos para hacer reparar sus aparatos de medir el tiempo.
Muchos clientes acudían de barrios cercanos atraídos por su reputación de excelente relojero y su fama de intachable comerciante. Daba placer oírlo cuando contaba viejas historias. Su gracia y elocuencia naturales, su vasta cultura le permitían abarcar cualquier tema, especialmente le apasionaban aquellas charlas sobre ciencia.
A la gente le encantaba la personalidad del Señor Blenin, y no dejaba de llamarles la atención el carácter disímil de su esposa, tan rígida, retraída y huraña. ¿Cómo este hombre pudo haberse casado con una mujer así?, pensaban todos.
La verdad es que yo nunca puse demasiada atención en ella, tan invariable, con su cabello negro recogido en un rodete, sin una cana, la pañoleta verde-impecable sobre los hombros y sus réplicas de gorrión piando en la infatigable mecedora.
Primero todo el mundo creyó en un asesinato por robo, pero después la suposición quedó descartada porque todo estaba en perfecto orden. No faltaba un solo objeto, ni joyas, ni dinero. El médico forense informó que el deceso se produjo el sábado en la noche, aunque el cuerpo lo encontraron el lunes por la mañana. Parece que le falló el corazón.
El descubrimiento lo hizo un cliente y amigo personal del Señor Blenin, todos los días pasaba a visitarlo. Se cansó de tocar el timbre y asombrado de ver el negocio cerrado todavía, tanteó la puerta y como ésta no tenía llave, entró.
Fue terrible.
Él, caído en el piso de la cocina, el gas y la luz encendidos, y ella, sobre la mecedora, la cabeza torcida como un garabato sobre la falda y enredada entre la lana, las agujas y los ovillos y…¡SIN CUERDA!!, si señor, sin cuerda.

                                                             

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