viernes, 29 de abril de 2011

Cuento publicado en Notiserrano 112

La bestia

—¡¡¡…io te yuego, te pido por favor, ti imploro, hacé qui ese hombre pierda, virgencita, no deje qui ese hombre malo gane…!—murmuraba entre lágrimas.
El humo, las risotadas y las palabrotas se filtraban hasta la humilde piecita de al lado, desde donde espiaba la nena, detrás de la mugrosa cortina.
—¡…qui no gane, por favor qui no gane, virgencita! –repetía llorando una y otra vez, con las manitos juntas para pedir ayuda a la virgen – ¡io no quiero hacerlo, no quiero…!
Las palabrotas y el alcohol subían de tono escalando la madrugada en la villa dormida.
—¡Dale negro, te toca a vo, sos mano, ¡qué carajo estái esperando!!! –y soltó la seña.
—¡Truco!! —gritó el Poliya.
—Quiero —contestó rápido el Ñato.
—¡Quiero y retruco!... —cantó el Poliya.
—¡Quiero vale cuatro! —apuró el Ñato con cara de piedra.
Todos tiraron las cartas sobre la mesa.
El silencio cayó a plomo.
La nena aterrada se mordió los labios para ahogar el grito, y salió corriendo, los pocos metros que la separaban, a esconderse en el inmundo camastro.
Se tapó la cabeza con la cobija.
—Tá bien… pasá y cobrate che, pero no me la lastime, tiene ocho año… —dijo el padre— nosotro vamo a terminar la noche al boliche, dijpué vení.
Los hombres apuraron la ginebra que quedaba en los vasos, y salieron.
El Ñato se desnudó y despacito se dirigió a la pieza.
La nena ya no lloraba.
El entró a la cama a tientas, en la oscuridad.
Al rato, de entre las humildes viviendas de ese mundo de chapa y cartón, un alarido desgarrador surcó el silencio.
La nena absorta, serena, demudada, apareció en la puerta del rancho.
Al salirse la nube que tapaba la luna, iluminó la gillete que entre sus deditos manchados de sangre, absorta, serena, demudada, aún sostenía.