jueves, 1 de septiembre de 2011

Con Reyna Carranza y José Luis Thomas

En la 7ma. Feria del Libro de Alta Gracia, presentando con José Luis Thomas a Reyna Carranza.

La escritora dio una conferencia que tituló "La historia oculta de los libros"



La disertación fue una impecable investigación sobre la vida del libro en la historia de la humanidad. Un trabajo brillante que el público disfrutó.






Al finalizar la escritora respondió a preguntas del público sobre su vida personal y su obra.






















Con Cristina Bajo y José Luis Thomas

En la 7ma. Feria del Libro de Alta Gracia, con Cristina Bajo y José Luis Thomas.
Compartimos una charla de amigos frente a una sala repleta de un público entusiasta y atento.
Hablamos del hecho creativo en la literatura y de la génesis de su obra.
La charla derivó en recordar a queridos escriores amigos en común con quienes compartimos tantos momentos de la vida.
Al finalizar el público le hizo numerosas preguntas a Cristina que respondión con gran soltura y encanto. Luego firmó ejemplares de sus libros.

jueves, 23 de junio de 2011

¿Tendida así?

Cuento publicado en Notiserrano 114


por Norberto García Yudé

—…tendida así… entre la tierra y el cielo. Quiero seguir tendida, mirando pasar las nubes, sintiendo bajo mi espalda y mis caderas la tierra fértil, la tierra suave y tibia… las briznas suaves, aplastadas, húmedas, del pasto, acariciando mi piel…
Mi vestido de algodón azul, floreado, apenas roza… mi cuerpo… mientras esa hormiguita se afana en trepar a mi pie izquierdo descalzo, libre, atrevido… ¡Santo Dios!... ¡qué maravillosa es la naturaleza!!!... ¡cuánto verde, qué hermoso se ve desde aquí el sembradío, los trigales… aquel grupo de cipreses de espaldas al viento. El río serpentea en cámara lenta, y desde aquí, parece una cinta plateada… y los pájaros, amo los pájaros…
¡Ohhh!!!... allí va una bandada de cigüeñas, ¡qué espectáculo, qué bellas son! Siento vibrar mi ser y palpitar mi corazón de emoción en contacto con el paisaje, tendida así, de cara al cielo. La brisa suave juega con mi cabello. Mis formas de mujer, mis sentidos de mujer se agudizan…
Tendida así, bajo este tibio sol de primavera. Parece que se oyen romper los brotes de las plantas, la tierra entera clama su canción de amor, de su infatigable ciclo de reproducción. Igual que mi ciclo de mujer, también yo daré a luz alguna vez… vivir aquí… entre estos árboles… sería maravilloso, una interminable conjunción con la naturaleza… mirando siempre este cielo traslúcido, transparente, disfrutando esta serenidad con que me embriaga el paisaje y…
—Analía, Analía… ¿dormís? —susurro la enfermera abriendo con suavidad la puerta.
—Ehhhh… no… no tenía los ojos cerrados nada más. No la oí entrar.
—Bueno está bien, es la hora de la medicación y también debo controlar el pulmotor.

sábado, 11 de junio de 2011

Verduritas

De mi libro "Lucero...árbol"

La calesita vegetal que en torno mío gira, sonríe y me mira con ojos extraviados porque siempre que entro a los mercados reaparece mi humor vegetariano.

Me deslumbro en sueños
sobre un colchon de zanahorias ateridas
despierto el mundo de tímidos repollos
que enrollados retoman su redonda vida
y zapallos pequeños y arrugados
consultan a melones impávidos
amarillos ante el loco aparecido
alcahuciles prehistóricos en actitud
de vuelo reprimido con su millar
de plumas recogidas acechan desconfiados
los tomates porfían de todas partes
sus primorosos rubores de esmalte.

Y quisiera llevármelos a todos
hundirme en abrazos de ternura
disfrutar los aromas apretarlos
acariciarlos susurrarles que ellos
también son creación prodigarles
un beso universal en vez de masticarlos.

En medio de la danza loca
que a ritmo vegetal bailamos
maquivélicos horizontes de apio
praderas de acelga y de lechuga
barricadas de todas las verduras
me confunden con otro.

El desorden de arco iris centelleante
de mares descollantes desatados
y diminutos soles enhebrados
de enrojecidas y rosadas lunas
que en vértigo botánico destejen la rutina
por las esquinas del mercado
inundaron mis ojos con su gracia mil
retomo apaciguado un poco la cordura
vuelvo al punto inicial de mi aventura
aunque mareado entre sereno y embrujado
le pido al verdulero
un
poquitín de perejil!

miércoles, 4 de mayo de 2011

Nuestros días felices

Nuestros días felices

Cora Cané - Norberto García Yudé - José Luis Thomas

http://www.youtube.com/watch?v=Xff50dRGGdY&feature=feedwll

viernes, 29 de abril de 2011

Cuento publicado en Notiserrano 112

La bestia

—¡¡¡…io te yuego, te pido por favor, ti imploro, hacé qui ese hombre pierda, virgencita, no deje qui ese hombre malo gane…!—murmuraba entre lágrimas.
El humo, las risotadas y las palabrotas se filtraban hasta la humilde piecita de al lado, desde donde espiaba la nena, detrás de la mugrosa cortina.
—¡…qui no gane, por favor qui no gane, virgencita! –repetía llorando una y otra vez, con las manitos juntas para pedir ayuda a la virgen – ¡io no quiero hacerlo, no quiero…!
Las palabrotas y el alcohol subían de tono escalando la madrugada en la villa dormida.
—¡Dale negro, te toca a vo, sos mano, ¡qué carajo estái esperando!!! –y soltó la seña.
—¡Truco!! —gritó el Poliya.
—Quiero —contestó rápido el Ñato.
—¡Quiero y retruco!... —cantó el Poliya.
—¡Quiero vale cuatro! —apuró el Ñato con cara de piedra.
Todos tiraron las cartas sobre la mesa.
El silencio cayó a plomo.
La nena aterrada se mordió los labios para ahogar el grito, y salió corriendo, los pocos metros que la separaban, a esconderse en el inmundo camastro.
Se tapó la cabeza con la cobija.
—Tá bien… pasá y cobrate che, pero no me la lastime, tiene ocho año… —dijo el padre— nosotro vamo a terminar la noche al boliche, dijpué vení.
Los hombres apuraron la ginebra que quedaba en los vasos, y salieron.
El Ñato se desnudó y despacito se dirigió a la pieza.
La nena ya no lloraba.
El entró a la cama a tientas, en la oscuridad.
Al rato, de entre las humildes viviendas de ese mundo de chapa y cartón, un alarido desgarrador surcó el silencio.
La nena absorta, serena, demudada, apareció en la puerta del rancho.
Al salirse la nube que tapaba la luna, iluminó la gillete que entre sus deditos manchados de sangre, absorta, serena, demudada, aún sostenía.

jueves, 17 de marzo de 2011

Nuevo libro de poemas


Voy a presentarlo festejando mis cincuenta años con la cultura, el 16 de abril a las 20 horas en La Casa de la Cultura de Alta Gracia.


Andrina Cautiva

Cora Cané, dice de Andrina

Andrina ha construido una cárcel de escamas y de espumas de mar, donde el poeta es voluntario prisionero; y por esas extrañas revelaciones de un paisaje onírico que sólo él descubre, es prisionero; y al mismo tiempo, Andrina es cautiva del poeta.
Con delicado lirismo recrea las orillas de su mar imaginario, en las que Andrina juega, estalla en escamas resplandecientes, se hunde en misteriosas profundidades, surge espléndida, concede, rechaza, es palpable e inasible, mágica y real, sabe las escaramuzas de la sensualidad, sonríe, llora…
Andrina es, en definitiva, el símbolo del Amor; el que yace en las profundidades del espíritu y sólo es descubierto por el poder de la fascinación y el delirio.
El mundo deslumbrante de Andrina es, en realidad, el mundo deslumbrante del Amor, con sus esplendores y sombras, euforia y melancolías, resignada espera, vibrantes impaciencias, goces y padecimientos. Es el Amor que agrede y es víctima; seduce y es seducido.
¿Quién dio impulso a la marea que llegó “una mañana azul de primavera, desde el vientre del mar”? Era el ímpetu del amor naciente, luminoso de sol, bañándose en espumas, tendiéndose en las arenas doradas. Era la “luz menor del atardecer”, cuando el amor descansa de la pasión. Era el amor, acaso doliente, del anochecer. Estas bellas figuras que huelen a sal marina y recogen el sonido de las alas de las gaviotas, son los carceleros que encierran el corazón del poeta. Son espíritus inventores de mágicas alucinaciones, que visten a Andrina con “vestidos de seda, en la mañana /para que luzca después de que esta noche / nuestros cuerpos ahuyenten fantasmas”. Son los “espíritus en la niebla” que se dispersan en la mañana, porque la realidad los encandila, los hiere y evapora la magia lirica del Amor, en las “finales horas/porque vendrá el adiós”.

José Luis Thomas, dice:

El amor es una frontera que sólo pueden conquistar algunos privilegiados.

La escultura que ilustra la tapa y contratapa es de la escultora argentina Marina Dogliotti




miércoles, 26 de enero de 2011

La relojería

Cuento publicado en Notiserrano


por Norberto García Yudé


En el barrio todos queríamos y respetábamos al Señor Blenin, por eso nos dolió y nos sorprendió la noticia de su muerte, pero la otra noticia nos sorprendió más.
Recuerdo desde mi infancia su cana y paternal cabeza, su rostro ajado, de sonrisa fresca y juvenil, de estatura baja y gestos ágiles, desmintiendo sus años tan bien llevados. De modales correctos y muy educado como buen descendiente de suizos.
Su esposa, una mujer menuda y frágil, permanecía sentada en una mecedora en la trastienda del negocio. Aparentaba ser mucho más joven que él, pese a su infaltable pañoleta y sus gruesos anteojos, y su voz aflautada que se manifestaba en monosílabos. Era persona de muy poco hablar. Daba sensación de gorrioncillo, sobre todo por la velocidad con que movía las agujas sobre los interminables metros de bufandas. No recuerdo haber tenido con ella una conversación completa en toda mi vida. En cambio el Señor Blenin era muy amable; parlanchín y comunicativo, siempre tenía en torno suyo un séquito de chicos revoloteando. Le encantaban los niños pero nunca tuvo la suerte y la alegría de tener hijos.
Recuerdo, yo salía del colegio y antes de sentarme a hacer los deberes, masticando un pedazo de pan con manteca, disparaba como una flecha hacia su negocio para llegar a tiempo, si, porque el Sr. Blenin me otorgaba el privilegio (porque a mí era al único que se lo permitía) presenciar el solemne rito de ver darle cuerda a los relojes, mientras me contaba sus diferentes procedencias.
Tenía ni más ni menos que trescientos veinticinco modelos diferentes en su preciada colección que atesoraba como un avaro. Este acto era para mí un espectáculo fascinante.
Los relojes eran su hobby y su debilidad, tenía una pasión inusual. Cu-cus, despertadores musicales, de pared, pulsera, de bolsillo, en fin había de toda clase y a mí me producía una especie de encantamiento. Al Señor Blenin le llevaba exactamente tres cuartos de hora darle cuerda a todos.
En ocasiones yo llegaba antes de la hora convenida y encontraba al Señor Blenin componiendo todavía algún reloj, ya que este era su oficio, porque todavía no lo dije, pero en su negocio se daban cita los vecinos para hacer reparar sus aparatos de medir el tiempo.
Muchos clientes acudían de barrios cercanos atraídos por su reputación de excelente relojero y su fama de intachable comerciante. Daba placer oírlo cuando contaba viejas historias. Su gracia y elocuencia naturales, su vasta cultura le permitían abarcar cualquier tema, especialmente le apasionaban aquellas charlas sobre ciencia.
A la gente le encantaba la personalidad del Señor Blenin, y no dejaba de llamarles la atención el carácter disímil de su esposa, tan rígida, retraída y huraña. ¿Cómo este hombre pudo haberse casado con una mujer así?, pensaban todos.
La verdad es que yo nunca puse demasiada atención en ella, tan invariable, con su cabello negro recogido en un rodete, sin una cana, la pañoleta verde-impecable sobre los hombros y sus réplicas de pajarillo piando en la infatigable mecedora.
Primero todo el mundo creyó en un asesinato por robo, pero después la suposición quedó descartada porque todo estaba en perfecto orden. No faltaba un solo objeto, ni joyas, ni dinero. El médico forense informó que el deceso se produjo el sábado en la noche, aunque el cuerpo lo encontraron el lunes por la mañana. Parece que le falló el corazón.
El descubrimiento lo hizo un cliente y amigo personal del Señor Blenin, todos los días pasaba a visitarlo. Se cansó de tocar el timbre y asombrado de ver el negocio cerrado todavía, tanteó la puerta y como ésta no tenía llave, entró.
Fue terrible.
Él, caído en el piso de la cocina, el gas y la luz encendidos, y ella, sobre la mecedora, la cabeza torcida como un garabato sobre la falda y enredada entre la lana, las agujas y los ovillos y… ¡SIN CUERDA!!, si señor, sin cuerda.