viernes, 27 de julio de 2012

El último -- de mi libro: Pez expreso


     El último

Sucedió antes del primer fuego o después del aquelarre de neutrones y láser. Una luna de miel y cocodrilo giró en un vuelco azul, sin eje ni voluntad e iluminó la escena. ¿O eran cuatro satélites verdes? ¿O acaso, eran once anillos celestes? No importa. Junto al palio, un grupo de hombres reunidos. Dentro del semicírculo, el rey, o el gobernante, o el jefe, o… bueno, no se sabe, digamos la máxima autoridad.
—Está bien guardias, ¡soltadlo! —pronunció con voz grave y profana, dentro de la descomunal noche, mientras miraba al hombre tambaleante frente a él— ¿Dónde lo encontraron?
Uno habló:
—Allá señor, junto a los montecillos rojos que mueren en el río. Escribía extraños símbolos sobre la arena húmeda, hablaba solo y contemplaba las estrellas.
—¡Matemoslo!
—Cortadle la cabeza!
—¡Que le arranquen los ojos y la lengua!
—¡Quitadle el corazón!
Rugieron entre mezcladas todas las voces
—¡Silencio! —ordenó el soberano— Dime Ataak, tú que eres el más sabio de todos, el más viejo y mi consejero personal: ¿Qué haré?
Los escudos se contrajeron y las armas se dilataron, conformando una incongruente flor de raros pétalos humanos.
Entre la multitud, se abrió paso un anciano de ropas, barbas y larga cabellera, que posando un instante su mirada de humo sobre la horda, habló así:
—Majestad, con humildad os digo, en mi niñez he visto algunos como él antes que los exterminaran. Propongo que lo dejéis en libertad. No podrá subsistir. Éste debe ser el último que queda. No es más que un poeta…